Lema de P. Arturo

"Amar y hacer amar a Jesús, a la Iglesia, al Papa y a las almas, con María, por María y en María"

lunes, 7 de abril de 2014

P. ARTURO D'ONOFRIO: UN SACERDOTE QUE HA ORADO "SIEMPRE" (PRIMERA PARTE)








Padre Arturo D’Onofrio

Un sacerdote que ha orado “siempre”

(P. Vito Terrin, LER Editrice, Marigliano, Nápoles, junio 2013)

(Traducción: P. Carlos Cabrera, Guatemala, abril 2014)


PRESENTACIÓN

De estas pocas pero intensas páginas escritas por Padre Arturo D’Onofrio en uno de sus cuadernos un par de años después de su ordenación sacerdotal, emerge un estilo de oración que se abre al diálogo con el Señor en una actitud interior impregnada de humildad, pero también de la consciencia de dirigirse a un “Padre que nos ama y al cual debemos acercarnos con la simplicidad y la confianza de hijos” (Ignacio de la Potterie). Padre Arturo está ante Dios con la “libertad de decir de todo” porque está plenamente confiado de que “cualquier cosa que le pidamos según su voluntad, Él nos escucha” (1Jn 5, 14).

Por otra parte, la anotación de sus “diálogos” en un cuaderno ha sido un modo de orar “en lo secreto”, como invitaba a hacerlo Jesús (Cfr. Mt 6,6).

Sobre todo, conociendo la gran Obra que Padre Arturo ha realizado, podemos sin lugar a dudas afirmar que él, habiendo obrado siempre, también ha orado siempre. De hecho, orar siempre no significa “empeñarse en repetir continuamente fórmulas e invocaciones, sino vivir una existencia enmarcada por lo que los Padres de la Iglesia llamaban “memoria Dei”, es decir, el recuerdo constante de Dios” (Enzo Bianchi).

+Monseñor Beniamino Depalma
Obispo de Nola





AMBIENTACIÓN

La vida de Padre Arturo ha sido particularmente marcada por la oración y el estudio. Pocos saben que detrás del hombre “hiperactivo de espíritu”, siempre atento a inventarse algo nuevo para servir a los pobres en el cuerpo o en el espíritu, se escondía un gran lector, un estudioso apasionado, un escritor simple pero prolífico (es decir, escribía mucho). Las dos bibliotecas de su habitación y de su oficina son la prueba. Desde tiempos remotos en Tortona fundó la primera librería para la difusión de la buena estampa.

Hoy podemos decir que alrededor de cincuenta títulos que ha publicado en su vida, son una gran cantidad de escritos que un poco a la vez estamos descubriendo con entusiasmo, pasión y sana curiosidad de hijos que redescubren a su padre espiritual.

Esto que les ofrecemos después de hace casi seis años de su muerte, es uno de tantos cuadernillos donde él confiaba al bolígrafo la necesidad de conservar en el tiempo tantos pensamientos, aspiraciones, sueños, pero también lágrimas y desilusiones, en conclusión, su duro y perseverante camino de fe y de caridad, pero también de sufrimientos y amarguras.

A menudo estos escritos eran para recordar ideas para predicaciones o catequesis, panegíricos (discurso en alabanza a algo o alguien) o eran base para eventuales publicaciones futuras; pero algunos eran verdaderos  diarios donde revelaba su alma, espacios de intimidad. De hecho, algunos cuadernos los titulaba: “Notas Íntimas”.

Jesús había dicho que quien quiera orar debe entrar en su habitación, cerrar la puerta y hablar en secreto con Aquél que ve en lo secreto (Cfr. Mt 6,6), con el amigo, con el Papá bueno y sin duda algunos cuadernos eran una verdadera “oración escrita”.

Esto que ofrecemos es hasta este momento, el único escrito en forma de diálogo entre él (P. Arturo) y Jesús, el sufriente y el Consolador, como dice él mismo, escrito en un momento particular de sufrimiento interior.

Para ayudar a entender la ambientación de estas pocas pero profundas páginas, lo hago sin pretensión de exhaustividad, dando unas indicaciones ilustrativas de los tiempos y lugares de referencia así como de su mundo interior en aquellas circunstancias en las cuales confió en aquellas páginas su dolor.

Realmente apenas lo empecé a leer me venían a la mente los profetas como Jeremías, Elías u otros, con sus sufrimientos y lágrimas.

El cuaderno no tiene una fecha, pero habiendo sido impreso (como cuaderno) en 1938 y por cuanto se deduce de la lectura de los diarios, me permito concluir que haya sido escrito en Tortona hacia 1940. Como sabemos, Padre Arturo había sido ordenado sacerdote el 12 de marzo de 1938, y aquel año lo había pasado entre las varias celebraciones de las primeras Misas en la diócesis y después en su tierra de origen. La misma ordenación sacerdotal en Tortona, como bien sabemos, había sido consecuencia de la “fallida” vocación misionera en el PIME (Pontificio Instituto de Misiones al Exterior) de donde por motivos de salud fue expulsado. En su diario dejó escrito lacónicamente: “el Capponi me había desahuciado” (el Capponi era el médico del seminario que por motivos de salud había sugerido a los superiores no aceptarlo para la vida misionera).

Desilusionado por la aparente imposibilidad de realizar su vocación misionera, había comenzado a construir en su corazón, movido claramente por una insistente voz interior como afirma varias veces en sus diarios, el sueño de dedicarse a la Redención de la infancia abandonada y en general más necesitada.

El Obispo (de Tortona), Monseñor Egisto Melchiori, conocía bien a su Don Arturo (en Italia a los sacerdotes de les llama “Don”) y no lo quería dejar ir o perderlo, entonces un poco para no dejarlo escapar lejos y un poco para poner a prueba aquellos sueños juveniles, se obstinaba en no concederle el permiso de embarcarse en aquella aventura fundacional.

Como al máximo, al máximo le insistía al Obispo, éste le dirá años más adelante: “te permito fundar aquí en esta diócesis, pero no al sur de Italia”; en cambio, Don Arturo, sentía que en el sur había más necesidad de obras similares pues el norte ya tenía grandes apóstoles como Don Bosco, Don Orione, Don Calabria, el Cottolengo (Santo que se dedicó a los enfermos); entre otras cosas, hoy todos ellos elevados a los altares y algunos de ellos conocidos personalmente por Padre Arturo.

A propósito me parece importante aquí recordar que en aquél 1940 Padre Arturo fue a Verona para consultar a Don Calabria (su confesor) sobre su sueño de ser fundador. Permaneció un día entero con aquél Santo sacerdote, como él lo llama en su diario, y la noche antes de despedirle, Don Calabria le aseguró que sin duda aquella era la voluntad de Dios pero que tendría el deber de tener mucha paciencia porque no sería de inmediato, y entre otras cosas le dice: “Recuerda que las almas han costado sangre, se alimentan con el sufrimiento. Es este el periodo más delicado porque es necesario regar con el dolor la voluntad de Dios”.

Un corazón entonces en lágrimas, que se debatía entre la escucha de la voz interior que lo invitaba a donarse para la Redención de los más pobres entre los pobres y la voluntad del Obispo que le pedía una obediencia muy distinta.

Todo esto además de estar en los diarios, aparece muy evidente también en las cartas que han llegado del Obispo Monseñor Melchiori y de su secretario Don Rafael Macario (que luego fue Obispo de Albano) al Padre Arturo; desafortunadamente aún no hemos encontrado las cartas que el Padre Arturo les envió a ellos.

Aquél corazón herido deberá sufrir por varios años antes de poderse lanzar a la realización de su proyecto e incluso, cuando lo inició no fue para nada fácil.

Pero bien sabemos que esta es la historia común de tantos santos, como por ejemplo la Madre Teresa de Calcuta que escribía a sus padres espirituales lamentándose de que aquél Jesús que le había enviado a andar en los buchi (colonias o barrios donde vivían los “intocables” de Calcuta), no se hizo sentir más; y para ella, aquel silencio era muy hiriente.

Pues bien, esta era la situación de P. Arturo: el Señor le indicaba de varios modos que su vida sería para el servicio de los niños necesitados, pero los superiores le indicaban otros caminos y esto lo llevaba en el corazón hasta escribir estas páginas donde en todas las formas posibles permanece clara su confianza plena en el Señor y en su infinito amor.

Los hombres de Dios se muestran como un signo con dones extraordinarios, y aunque no encontraban el camino libre y sin obstáculos, saben bien que cuanto más cercanos están a Cristo deben tener más sufrimiento y dolor.

PER CRUCEM AD LUCEM (“por la Cruz, hacia la Luz”), decían los santos, y Padre Arturo ha sabido llevar su cruz a pesar de todo, no obstante los grandes sufrimientos, la sonrisa y la verdadera paz no se alejaban jamás de su rostro.

Para nosotros el descubrir hoy estas páginas nos permite conocer las bases estructurales de la gran Obra que él ha realizado y nosotros hemos conocido, y quisiéramos con ustedes lectores, que su comunión con nosotros sea plena y juntos podamos agradecer a Dios por cuanto ha obrado en Padre Arturo.
P. Vito Terrin
Somos conscientes de que estos escritos son solo fragmentos incompletos, sin embargo creemos que estas páginas pueden ayudar a tantos que pasan por situaciones similares de sufrimiento y abandono.



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