El CONSOLADOR
El sufriente: Señor, he aquí que mi alma gime en una angustia mortal.
Está triste
hasta querer morir. Mi pan está bañado en lágrimas.
El dolor hace sangrar mi
corazón. Estoy solo para gemir y llorar. Todos
me han abandonado.
También tú, oh Señor, no
te acuerdas más de mí. Me has dejado solo
como presa de mis enemigos que traman mi ruina.
¿No eres tú un Padre
bueno y Misericordioso? ¿Ya no me amas? ¿Por qué entonces no vuelves y
vienes en mi ayuda?
Señor ven, muéstrame tu
rostro misericordioso y seré salvado.
Jesús: Hijito, ha llegado también para ti la hora de la prueba,
la hora en la cual se
reconocen los verdaderos amigos. Tú sufres, lo sé.
Solo yo, que antes de ti
he sufrido penas y desamores más terribles, puedo
comprender la angustia de tu corazón, por eso he invitado a todos los sufrientes a
venir a mí: “Vengan a mí, todos ustedes que están
cansados y agobiados, y encontrarán descanso para sus almas” (Mt 11, 28).
En la hora grave en la que todos te abandonan, en la que los
falsos amigos se dejan
ver como son, tú puedes con toda confianza recostar
tu cabeza sobre mi corazón que palpita de amor infinito por ti. Tú te lamentas como Job: “Mis
amigos me han abandonado, mis propios
hermanos pasan delante de mí como un torrente que atraviesa los valles. Ellos no saben
encontrar verdaderas palabras de consuelo,
a menudo, más bien, sus palabras no hacen más que agudizar mi dolor, reabriendo las heridas
apenas curadas” (Job 19, 13-14).
Seguramente el abandono,
la desconfianza, el desaliento se baten sobre
ti con gran virulencia: y estás tentado a desesperarte.
¡Pobre hijo! ¿No notas
que esta es la insidia más terrible del enemigo infernal?
Si él consigue apartarte
de tu confianza en Mí, de mi amor, ha conseguido
la más grande victoria. No me menosprecies. Recuerda que el pecado más grande que puedes cometer es
dejar de tener fe en mí,
de confiar y abandonarte en mi corazón paterno. Ven, apoya tu cabeza sobre mi pecho, entra en
mi costado abierto para ti, para darte
una prueba más palpable de mi eterna caridad y premurosa solicitud por
ti… y no pienses que no te amo. Solo con el pensamiento
de que puedas dudar de mi amor me haces sufrir inmensamente.
Te he amado con amor eterno, hasta la eternidad mi corazón ha palpitado por ti.
Mi humillante
Encarnación, mi vida pobre y con dificultades, todas las persecuciones
y penas sufridas en mi vida pública, y en fin, mi dolorosísima Pasión y Muerte ¿no han sido
suficientes para convencerte
de que yo verdaderamente, infinitamente, eficazmente te amo?
“Nadie tiene amor más
grande que aquél que da la vida por sus amigos”
(Jn 15, 13). Yo soy por definición el Amor por excelencia, por eso te amo inmensamente. Yo soy
Padre, por eso deseo tu bien.
Yo soy tu único Amigo
verdadero, dispuesto a hacer lo que sea para tu
bien. Si quieres ser feliz no debes dudar ni siquiera un solo instante de esta certeza
transformadora.
Dios no solo ama,
también piensa y provee con sabiduría de Padre a quien sufre.
El sufriente: Señor, creo en tu amor por mí. Si cegado por el dolor y
por la tentación
por el pasado he osado dudar de tu amistad y de tu amor, tú me perdonarás. Pero no puedo
vencer la tentación que continuamente
me martilla la mente.
Repensando en mis días
pasados un sentido de desconfianza me toma.
Todo en mi breve existencia ha conspirado contra mí. He subido hasta este momento un doloroso
Calvario. Llegué incluso a dudar
que tú, oh Señor, no pensaras más en mí, que me hubieras abandonado a las fuerzas del
mal, solo para ser desgarrado por mis enemigos.
Jesús: Hijito, si verdaderamente crees en mi amor por ti, si
estás convencido de que
yo te amo, no debes ni siquiera lejanamente dudar de mis promesas
paternas para ti. El amor lleva necesariamente a beneficiar a
quien se ama. No se puede amar sin pensar continuamente en Aquel a quien se le
tiene afecto.
¿Puedes creer que yo no
piense más en ti? ¿Que yo asista pasivamente a la lucha que se lleva
a cabo en tu corazón? ¿Puede un
padre olvidarse del propio hijo? Pues aunque un padre llegara a tal sentido de inhumanidad, yo
no me olvidaré de ti. Como el artista ama
el fruto de su genio y el objeto de su sudor, como la mamá ama a su
pequeño, yo te amo aún más. Un día dije a mi Sierva Catalina
de Siena: “Tú piensa en mí, que yo pienso en ti”. Con solo pensar de que tú reposas
sobre las rodillas de un Padre bueno que ha puesto a tu servicio toda la
sabiduría, bondad y poder infinito, deberías
saltar de alegría.
Tú estás en el centro de
mis pensamientos. Nada en torno a ti o en ti, sucede
sin que sea querido por mí o permitido para tu mayor bien.
Ahora no puedes
comprender todos los misteriosos designios diseñados
por mi amor hacia ti. Toda tu vida se desarrolla sobre el pedazo de una maravillosa tela
de la cual tú no ves más que la parte reversa.
Cuando caiga el velo que hoy te esconde la visión total de mis designios de amor, podrás
un día bendecirme eternamente.
El sufriente: Y le dije: Oh ingrato, creía que con aquél flagelo, con
aquella cruz, con
aquella tribulación Dios quería mi mal, y en vez de eso le
daba al cuadro de mi eterna felicidad trazos de artista y de Padre…
Jesús: De todo puedes dudar excepto de una sola cosa: de mi
atención y de mis
preocupaciones por ti… ¿no dice el proverbio que ni una sola hoja cae sin que
Dios lo quiera…?
Te puedo asegurar que ni
siquiera un cabello de tu cabeza cae sin mi permiso.
¿No recuerdas todo lo
que he enseñado en mi peregrinar por esta tierra?
Si todos los seres
creados, aún los más infames, son objeto de los cuidados atentos y paternos de
mi Padre celestial, ¿cuánto más no
lo eres tú, por quien he muerto en la cruz? “De tal manera ha amado Dios al mundo
que entregó a su único Hijo, para que quien crea
en Él no perezca sino que tenga la vida eterna, porque Dios no ha
mandado su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que por medio su medio el mundo sea
salvado” (Jn 3, 16-17).
Ante las aparentes
derrotas del bien, al verte oprimido por penas y tribulaciones,
al constatar la victoria del mal y de las fuerzas de las tinieblas, no dudes de mi
Providencia. Es mi sabiduría y poder infinito lo
que “juega en el mundo” (ludit in orbe
terrarum).
Mañana pasarás y lo
verás. El engaño, la burla, el espectáculo pronto
desaparecerán y tú contemplarás como es en verdad la espléndida realidad que te impulsará a
entonar un himno de eterna admiración
y reconocimiento.
El sufriente: Que aparente contraste. Señor, me postro en el polvo y
canto como el
Salmista: “nuestra alma confía en el Señor, él es nuestro auxilio y escudo. Él es la alegría de
nuestro corazón, en su santo nombre confiamos.
Oh Dios, baje a nosotros tu misericordia como lo esperamos
de ti” (Sal 32, 20-22).
Permíteme sin embargo, oh Señor, una pregunta de tonto: ¿por
qué has permitido que exista el mal en el mundo?
¿Por qué lo has creado? ¿No podrías con tu poder anularlo? ¿Si eres Padre, por qué no alejas
este terrible enemigo de tus hijos continuamente
asediados por él? Señor si lo quieres, lo puedes; destruye
de la tierra el mal y el dolor, te bendeciré eternamente, porque estoy cansado
de sentir la blasfema expresión: “Si Dios existiera,
debería intervenir para quitar esta grande llaga que nos aflige”.
Jesús: Hijo, me pides que intervenga con mi omnipotencia para
suprimir el mal y el
dolor en el mundo. Si dependiera de mí,
únicamente de mi voluntad,
ya lo habría hecho, más bien, ya lo he hecho en el momento en el cual creé en mi infinita
bondad al hombre. He creado al
hombre interminable e inmediatamente después de su creación le conferí
el don sobrenatural de la impasibilidad a la inmunidad del dolor. Mi
corazón de Padre no podría sufrir que la obra maestra de mis manos fuera dejada como presa
del desgarrador y estrecho dolor.
Intervine como sólo lo
podía hacer suprimiendo cada causa de dolor.
El hombre debía estar en
mis manos como un diseño de amor, también
en su peregrinar terreno, feliz por una felicidad natural. Todo aquello que podía hacer, lo hice.
Dependía únicamente del hombre, de
Adán, aceptar y conservar para sí y para su descendencia no sólo este don sino también muchos
otros con los cuales lo había enriquecido. Conforme a
la naturaleza de quien lo había dotado, quise
que el hombre fuera libre y responsable de sus actos.
En mi condescendencia
infinita quise concederle este y muchos otros dones de inestimable valor en sus
manos, para que él los aceptara conscientemente
para sí y para los suyos.
Le había educado, advertido,
proveído paternalmente. ¡Pero todo esto
fue en vano! Se dejó seducir por la fascinante pasión de la soberbia y del
orgullo.
Rechazó mis dones
rebelándose contra mi santa ley, contra mi Amor.
Pecó. Y por esta fatal
caída fue despojado junto a su descendencia de
los dones preternaturales y sobrenaturales que debían hacer feliz a los hombres no solo en esta tierra,
sino por toda la eternidad.
Fue entonces, y sólo por
la voluntad perversa y extraviada del hombre
que yo pronuncié la terrible sentencia.
Maldita la tierra por
aquello que has hecho: de ella encontrarás con gran
fatiga el alimento por todos los días de tu vida. Ella producirá para ti espinas y cardos…
mediante el sudor de tu frente comerás, tu pan
hasta que retornes a la tierra de la cual has sido tomado; porque polvo eres y en polvo te
convertirás (Cfr. Gn 3, 17-19).
Ha sido el mismo hombre
la causa de sus propios males. Fue el mal moral
el que le trajo la ruina del mal físico. Mi corazón sufre inmensamente
porque todos mis designios de amor se agotaron por el abuso de la libertad de quien había sido enriquecido,
el hombre, arruinado se ha alejado. Pero también esta vez vence mi
amor, con la redención
y restauración pude devolver al hombre el derecho a la única y verdadera felicidad, que es la
eternidad. Qué importaba si para
esto tendría que sacrificar la felicidad, de un instante y en el mismo instante habría
debido sacrificarme a mí mismo en la cruz, sometiéndome
a innombrables torturas y tormentos… Tuve que reconstruir tu felicidad y por este
sueño me atreví a hacerlo.
El pecado original de
tus progenitores fue la primera causa fundamental del mal en el mundo y de
tus dolores… Pero también es
tu parte y tu responsabilidad. Con el pecado de tu progenitor no has perdido el don natural de tu
libertad… como él, también tú podrías
abusar de este don y pecar. Muchos males son debidos a tus pecados personales. Tus pasiones
destructivas, el desequilibrio también
de tu razón que se volvió independiente de Dios, ha provocado un desequilibrio también de las
facultades inferiores contra
las superiores… Tú no has querido resistir, te has dejado arrastrar por
la visión fascinante del mal, no has implorado con fe viva
mi ayuda, no has huido de las ocasiones de pecado y has caído… una, dos, tres, cuatro veces…
Así con tu terrible
rebelión a mi amable voluntad, con tu sed de placeres
ilícitos y prohibidos, con el cosquilleo de las pasiones, con tu codicia, lujuria, te
has cavado una fuente llena de males y de dolores…
¿Y después te atreves a ponerme en duda?
El sufriente: Señor reconozco
desafortunadamente como autora del mal a mi pobre
voluntad.
Quoniam iniquitatem meam ego cognosco et peccatum meum
contra me est semper. Tibi soli peccavi et
malum coram te feci… Ecce enim in
iniquitatibus conceptus sum, et in peccati concepit me, mater mea (“Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi
pecado, contra ti solo
pequé, cometí la maldad que aborreces… mira que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” Salmo
50).
¿Qué haré, oh Señor?
Has hecho bien en
humillarme, porque lo he merecido, pero te pido como el santo patriarca Job: Perezca el día en el
cual he nacido, y la noche
en la que dijiste: ha sido concebido un hombre. “¿Por qué no he muerto antes de nacer o
apenas nacido?...
Quiera el Señor escuchar mis votos: habiendo
comenzado terminará con
reducirme en el polvo, completamente su mano me escruta hasta la raíz, pero en los
dolores extremos que me oprimirán, me queda al menos
el consuelo de no haber ofendido a quien es soberanamente Santo” (Cfr. Job 3). Recuerda oh Señor que mi vida
es un soplo y que
mis ojos no verán más los bienes de este mundo…
Jesús: Hijo, ¿por qué maldices contra la vida como si solo fuera
sufrir, o como
uno que no tiene fe? Recuerda lo que decía Job a su mujer que se lamentaba
excesivamente y lo incitaba a resistirse contra Dios: “Si hemos recibido de las
manos de Dios tantos beneficios, ¿por
qué no hemos de aceptar también los males?” (Job 2, 10).
“El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó,
bendito sea el nombre del Señor”
(Job 1,21) ¿Y después es verdad que ahora no te queda ningún bien, que todo se ha terminado para
ti? Sé razonable y mira todas
las cosas y los acontecimientos con los ojos de la fe. Es verdad que sufres… pero la prueba, la
cruz por la cual estás afligido no es superior a tus fuerzas. No permito
jamás que alguien sea probado por
encima de sus fuerzas. Y luego me acerco como el buen Cireneo, estoy pronto en recibir sobre
mis espaldas parte del peso de tu
cruz y así ayudarte a subir al Calvario. Sé valiente. También si en los designios misteriosos de
mi Providencia he permitido que esta cruz
viniera a turbar la paz de tu casa y de tu alma, no debes maldecirme. Mira
cuántos bienes te he brindado. Sé justo y reconócelo.
No puedes ser como quien está ciego y no ve el Amor.
El sufriente: Señor, creo en tu paterna bondad hacia mí. Con amable
Providencia socorres mis
necesidades y te dignas darme los medios necesarios para cumplir con los
proyectos sapientísimos que tienes Tú
para mí.
¿Me atrevo demasiado, oh Señor, si te pido
que me hagas conocer los
planes que tienes tú para mí?
No puedo comprender de qué modo el mal, el
dolor, la injusticia se concilian
con tu Providencia divina, pero los sabios fines que tienes para mí, ¿puedo
conocerlos?
Muéstrame oh Señor tus caminos y yo los
seguiré fielmente.
Jesús: Hijito, tú has sido creado para cantar mi gloria, para
glorificarme eternamente. No es que yo tenga
necesidad de ti, de tus alabanzas y de
tu amor para ser plenamente feliz. Yo soy la plenitud del ser y de la perfección, la fuente de toda
felicidad y bienaventuranza. Creándote
no he conquistado ninguna perfección, ni he acrecentado mi gloria interior.
He querido únicamente expandir fuera de mí,
mi infinita perfección.
Creando
los seres que pueblan el universo obedecí al designio de mi bondad que siendo infinita, lo he
enriquecido con mis infinitas perfecciones.
He querido beneficiar a todos, especialmente al hombre, para que reconociendo el bien que
le hecho, rinda a mi bondad el himno de
gratitud y de reconocimiento interior. Esto constituye
mi gloria infinita.
Todo ha sido creado para mi gloria, para
comunicar mi bondad, para manifestar
mi perfección infinita. Pero yo he querido ser glorificado sobre todo con la divinización
del hombre. No contento con haberte dado el ser y la existencia,
la inteligencia y la libre voluntad, en mi infinita
generosidad he querido llamarte a participar de mi misma vida divina. Te he admitido a
mi mesa, te he contado entre los miembros de
mi propia familia divina. En tus venas, luego del sacramento de la regeneración (el Bautismo),
corre sangre real. Te has convertido en mi
hijo, justo, santo, mi hermano, coheredero del Paraíso.
He hecho de ti un hombre libre, te saqué de
la esclavitud de satanás, te
he restituido la libertad y el derecho a la eterna felicidad.
He venido a habitar en tu corazón. “Quien me
ama cumplirá mi palabra,
mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en su corazón” (Jn 14, 23).
El sufriente: ¿Por qué, oh Señor, Tú que quieres mi bien, no quitas
todas las causas
del dolor? Eres omnipotente, bastaría una sola palabra tuya, una sola orden y toda dificultad
puede resolverse. Señor, surge y destruye todas las causas de mis
males. Si Tú nos das la mano todo irá
bien. Entonces podré servirte y amarte sin temor de ofenderte, así podré esquivar tus tremendos
castigos.
Jesús: Divino Consolador.
Hijito. ¿Por qué dejas hablar aún a tus
pasiones y a tu exagerado egoísmo?
Ciertamente si quisiera, podría en un
instante anular todas las causas
del mal y del dolor…
Pero si el dolor no tuviera una misión
particular, su íntima, su noble finalidad,
yo no le permitiría existir en la tierra. Tú lo sabes. No es una creatura,
un ser, sino solo una negación, una deficiencia, la falta de un bien o de una perfección
que habría dado al hombre una cierta
felicidad limitada y temporal.
Muchas veces, sin embargo, el bien que se
pudiera obtener suprimiendo
el dolor en su creatura sería inmensamente inferior al que en mi sabiduría y bondad infinita he
decidido obtener de aquella creatura.
Si yo entonces dejo subsistir la cruz y no suprimo el dolor es únicamente para obtener un bien
mayor.
Yo no permitiría en absoluto
el mal en mis obras, si no fuera así de omnipotente y bueno para obtener un bien también a
partir del mal.
El dolor y el mal que te aquejan no es un mal
absoluto sino relativo. Necesariamente implica el sacrificio
de un bien, pero es un sacrificio necesario
y permitido para el logro de un bien mayor.
Sé razonable. Continúas siendo muy egoísta.
Consideras un “bien” solo
aquello que satisfaga tus deseos… sin tener en cuenta la jerarquía de los
valores. Estás ciego porque en tu exagerado egoísmo
te crees el centro del universo y quisieras que todas las creaturas se
rindan a tus caprichos.
Pero el orden maravilloso que he establecido
en el universo conlleva una multitud de bienes y su subordinación.
Comprenderás entonces cómo el bien universal
es ordenadamente superior
al bien particular, el bien de la humanidad entera a aquél de un individuo en singular; los
bienes espirituales son superiores a los materiales,
los morales a los físicos, los celestiales a los terrenales.
Debes creer que por encima de todo está el
bien del alma y la práctica
de la virtud. Por cuanto con el corazón amargado tantas veces me veo obligado por el amor y
el verdadero bien que te deseo, a
sacrificar un bien de orden inferior para salvar los bienes superiores,
el particular por el universal.
Podrás llorar, estremecerte, gemir, pero
debes tener por cierto que todo
lo dirijo para tu bien mayor. Este es el significado del dolor, por eso no suprimo sus causas.
La misma conservación de las fuentes del
dolor es un bien mayor que
su eliminación.
Si yo debiera intervenir con mi omnipotencia
para eliminar el dolor desde
su raíz, debería cambiar y echar para atrás todo el orden admirable por
mí querido en el mundo moral y físico.
Estaría obligado así a privar al hombre y a
todas las creaturas de una suma
de inmensos bienes y de satisfacciones que me aportaban un cántico infinito de
gloria.
Debería antes que nada quitarle al hombre el
don más grande que le he
otorgado al crearlo: “la libertad”. Sin este admirable y fatal don toda la
humanidad sería reducida a un rebaño de animales como de seres irracionales. Sería el
eclipse de la estrella más luminosa que brilla
sobre la frente del hombre y que le permite fijar su mirada hacia el
Cielo.
Tendría que hacer cesar la vida social, que
se desenvuelve en la familia y en la nación a la cual perteneces
y en la cual puedes igualmente
encontrar el perfeccionamiento natural de tus facultades y el logro de un progreso
necesario.
Debería a cada instante detener las grandes
leyes del universo, sin las
cuales el mundo caería en el caos, suspender todos los fenómenos de la
naturaleza sería horrendo… y sin embargo es con la libertad que tú eres un ser inteligente,
capaz de merecer una eterna
corona de gloria, es con la libertad que te procuras las más bellas satisfacciones;
es en la familia y en la sociedad que puedes disfrutar
las satisfacciones y el desarrollo físico, moral e intelectual, en esto encontrarás lo que
necesitas para el perfeccionamiento del alma
y del cuerpo.
APÉNDICE
Ofrecemos este otro pequeño extracto de
otro cuaderno, también de P. Arturo, que ilumina lo que antes se ha dicho.
Sean víctimas reparadoras
Hermanos,
Hoy
estamos reunidos a los pies de Jesús para cumplir de modo especial un gran
acto: el de la reparación.
Para
comprender bien la importancia y la grande gracia que al cumplir este acto
viene a nosotros, pobres pecadores, debemos tener presentes tres cosas:
1) El término de nuestra reparación: consolar a Jesús, a su
Sagrado Corazón ofendido y ultrajado. Es Él quien lo pide.
2) El sujeto de la reparación: algunas almas elegidas a las
que Jesús confiere este privilegio.
3) El objeto de la reparación: todos los abandonados, los
ultrajados; las palizas, las injurias y las heridas que se repiten contra su
Corazón sensibilísimo y loco de amor por nosotros.
1. Jesús ha sido la primera víctima reparadora ante Dios, en
substitución de la humanidad pecadora. Más bien, en Jesús la reparación
asciende y toca el punto más sublime del amor. Para estar bien convencidos
basta pensar que el alma reparadora debe amar perdidamente a Dios, y entonces
se duele por las ofensas y los ultrajes que se le infligen y debe en vez de eso
buscar a los pobres pecadores los cuales han estado desviados y alejados como
relámpagos, de la justicia divina. En una palabra es una doble pasión de
corazón y de alma. El Padre Mateo ha dicho que la reparación se vuelve un
elemento incomparable de la perfecta caridad, más aún, es la flor, incluso es
la caridad en sus más delicadas sutilezas y matices. Como tal es una necesidad
de quien ama, del alma amante. Jesús amaba infinitamente a Dios y debía
entonces sentir en su corazón divino la pasión dolorosa de la rebelión del
hombre ante su Creador, pero al mismo tiempo amaba esta miserable creatura que
cegada por la soberbia había caído en el abismo de la degradación. Este doble
sentimiento de Amor, de paciencia y a la vez de indignación ha hecho surgir el
acto de la reparación. Reparación que es el Amor. En Jesús la reparación es el
Amor sustancial que se ofrece como víctima para servir y reparar los pecados de
los demás. Repara para nosotros ante el eterno divino Padre. ¿Y nosotros?
Debemos hacer lo mismo. Es Jesús mismo que tanto nos ama y que insistentemente
lo pide. A Santa Margarita María Alacoque, mostrando su corazón herido, como un
horno ardiente le dice: “Aquí está este corazón que ha amado tanto a los
hombres, que nada ha ahorrado hasta entregarse y consumirse para dar testimonio
de su amor y a cambio no recibe más que ingratitud, frialdad, irreverencia…”
Esto me es más doloroso que
todo lo que sufrí en la Pasión; en cambio, si correspondieran aunque sea solo
un poco a mi amor, estimaría poco lo que he hecho, y quisiera que fuera
posible, hacer mucho más, pero ellos no tienen más que frialdad y rechazo por
mi solicitud de hacerles el bien…
-Dame, al menos dame tú la
alegría de responder a sus ingratitudes por cuanto te es posible.
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